lunes, 3 de noviembre de 2008

Personajes: El Mito Eero Saarinen, un Incentivo para cualquier Arquitecto




Eero Saarinen (1910-1960), logró obtener con todos los méritos y muy a pesar de su breve carrera (25 años interrumpidos abruptamente) un sitial de lujo en el Panteón de los elegidos. Transformó la preocupación por continuar el camino de los maestros en la necesidad de salir a buscar nuevas soluciones. Su indudable capacidad para comprender las ética y las posibilidades de la Arquitectura, tomaron un gran impulso cuando a comienzos de las década del ´50 una nueva camada de osados trazos expresionistas aparecieron de la noche a la mañana. Demasiado aire fresco para una mente despierta. Demasiado campo fértil para alguien con pensamientos tan sólidos.

Podríamos acompañar un paseo por todo el siglo XX, por sus sueños y sus miedos, solamente con analizar la obra de Eero. Su padre, el maestro Eliel Saarinen, mudó a toda la familia a los Estados Unidos cuando el concurso por del Chicago Tribune en 1922 le dio el prestigio del segundo puesto. Esa raíz finlandesa le permitió madurar los conceptos del movimiento moderno sin perder su directa relación con los materiales, la labor artesanal y la personalidad en el diseño. Estudió arquitectura, bellas artes y escultura y fue en el primer período de formación que forjó una cerrada amistad con Charles Eames, con quien compartía la misma actitud y capacidad frente al problema.


Terminado el ciclo de la Segunda Guerra Mundial, Eero tomó el impulso de los buenos nuevos tiempos en obras de arquitectura como la Case Study House #9 en California junto a Eames (1945-1949) y en el diseño industrial dedicado a sillas y poltronas como la silla Womb de 1948.

Al encontrarse frente al Infinito Arco del Jefferson Memorial (1947-1968) uno comprende que en su conciencia no desconoce ni la historia ni la grandeza de la arquitectura de las primeras grandes civilizaciones. Es un gesto con una grandeza egipcia, una proporción griega y una precisión romana.

Mientras el Centro Tecnológico de la General Motors en Michigan (1948-1956) se hacía Eco del Mies del IIT, otras obras comenzaban estudiar las posibilidades poéticas de la tecnología constructiva. El Auditorio Kresge y su capilla (1950-1955), la casa Miller (1953-1957), el Estadio de Jockey Ingalls (1953-1959) y el Memorial de Milwaukee (1953-1957) parecen obras de diferentes arquitectos en diferentes momentos. Cada obra tiene su problema, y por lo tanto transpira su solución. Nuevas texturas, nuevas formas, nuevos materiales, diversas escalas, nada presumía el transitar por el mismo camino. Dijimos que en su obra había algo de Mies, pero también de Le Corbusier, Gropius, Perret, Maillart, Chareau, Aalto, Wright, Niemeyer, Tange. Al igual que con la capacidad de Stirling, Eero no teme tomar de varios condimentos para confeccionar su receta. Cada proyecto tiene su búsqueda paciente y los resultados se logran.

Quizás nada sea comparable con las dos terminales de aeropuerto. El de Dulles en Virgina (1958-1962) es tan complejo e imaginativo que es injusto cuando su logro se ve empañado por el brillo de la Terminal TWA en el J.F.K (1956-1962). Allí todo es poesía y metáfora, todos se encuentra en equilibrio y armonía, todo es un derroche de creatividad en un sistema escultórico que funciona como un relojito. Si tuviera que elegir una obra que acompañe a la máxima de Wiliam Morris “El arte es la alegría que el artesano expresa por su trabajo” no dudaría en señalar ésta. Nada mostró con tantos méritos que la arquitectura moderna era mucho más de la que había explotado en la década del 20. Y nadie une mejor a Gaudí con nuestros héroes digitales contemporáneos.

A principios del siglo XXI, encontrarse con obra como el Centro Watson en Nueva York (1957-1967), los Laboratorios Bell (1957-1962), el Centro Deere & Company (1957-1963) y las Facultades Stiles y Morse en la Universidad de Yale (1958-1962) es sentir haber hallado parte del ADN contemporáneo. Allí vislumbramos un abanico de posibilidades que exceden el simple razonamiento funcionalista para demostrarnos que con capacidad y tiempo los edificios pueden obtener su propia camino.

Dentro del mito de su capacidad y de su contundente legado, destaco que su ingenio no opacó jamás la personalidad de ninguna obra, que le supo dar un brillo agudo a cada una, que logró durante los 50´s construir -sin computadora alguna- una de las décadas más brillantes de la historia de la arquitectura sin repetirse en ningún esquema. Cada proyecto parece como un nuevo camino a seguir explorando. Su herencia se nota y se respeta.

Un caso único que merece otro acento en las páginas de la historia.
Y un incentivo colosal para cualquiera que desee intentar sumergirse en las profundas aguas del diseño.


Editado por el arq. Martín Lisnovsky

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En general, las fotos no señalan explícitamente la obra, tratando de comenzar con el incentivo a modo de trivia.

Maritza dijo...

Realmente hermoso, todo un poeta de la arquitectura.

Recibe mi saludo

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